Víctor E. Molina

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Víctor Eduardo Molina, nació en Tucumán Capital un 15 de octubre de 1965. De niño y bajo el ala protectora de Aurelio Tolaba (baqueano como el que más y oriundo de Tafí del Valle) comenzó a subirse a los caballos.

Por su infancia pasaron zainos, colorados, doradillos, picazos y algunos pelajes más, pero los caballos que quedaron grabados a fuego fueron un zaino que parecía un ventilador por la forma en que movía la cola al galopar, un rosillo sin nombre conocido que lo acompañó añares por todos los cerros de Tucumán y alrededores y un bayo casi purasangre llamado Gaucho que de tanta sangre era medio complicado llevar al cerro por las angostas huellas.

Comenzó a ir al cerro como a los 12 años (capaz que el primer viaje fue a la Ciénega, valle a 3 horas de andar desde Tafí del Valle) y de allí no paró hasta la actualidad. Su apero pasó por Mula muerta, Raco, Chaquivil, el Negrito, Muñoz, Laguna del Tesoro, Gualinchay, San Pedro de Colalao, Cafayate, Tolombón, Santa María, Las Estancias, Famaillá y muchos más. Salta, Catamarca y Tucumán han formado parte de sus itinerarios.

A pesar de las constantes modas, el siempre tuvo y defendió su apero criollo a la usanza norteña, en especial tafinista: silla de gallina alta, pellones choriziados y uno de llama, el asidero en la sobrecincha, sombrero de ala ancha y lazo finito de 11 brazadas.

Apenitas adolescente ya jineteaba en la Fiesta del Queso en los caballos y novillos criollitos, también en la Finca el Rodeo Grande con primos y amigos hacían de las suyas con caballos propios y ajenos. Curioso como el que más se relacionó con trenzadores, domadores, talabarteros y fue perfeccionando uno, dos y más aperos y riendas, hasta lograr uno para cada ocasión: enlazar, desfilar (formó parte de la Agrupación Gaucha la Banda), viajar al cerro, hasta tiene uno para prestar ocasionalmente.

En cada viaje que se organiza o cada yerra siempre es tenido en cuenta, por su baquía y su don de gentes. Es bien criollo y amigo para compartir un mate o un vino y de carcajada sonora y larga para festejar las ocurrencias ajenas.

Desde una punta de años a la fecha y cuando su rosillo ya se cansó de andar por las sendas, empezó a encariñarse con las mulas, a las cuales no cambia "ni muerto" a la hora de trepar las huellas; pasó la Mursa (pelaje pardo), y ahora es el turno de la Pancracia, la Lenguaráz y la Espina... mulas mansas, andadoras.

Estudió en la Universidad de Tucumán y se recibió de Ing. Agrónomo, también relacionado con su gusto por el campo. Actualmente reside en la Capital Tucumana, pero alterna con sus idas a Tafí del Valle y sus constantes viajes al cerro y a cualquier lugar donde haya un buen flete o un ensillado para ver.

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