La frazada del abuelo (Poema)

Autor: El Paisano Mireya
poema interpretado por Carlos Ramón Fernández

Viajando para Entre Ríos,
de esto ya hace muchos años,
me contaron una historia
que jamás pude olvidar,
que da vueltas por mi mente,
que me tiene preocupado,
y ojalá que en estos versos,
yo se la pueda contar.

Me hablaron de un hombre bueno,
de un señor adinerado,
empresario de alto rango
y de mucha honestidad,
que vivía en cantry privado,
en casa de varios pisos,
y se codeaba con gente
de la alta sociedad.

Tenía un hijo pequeño,
que era de nombre Alfredito,
una mujer linda y buena,
muy coqueta y muy cordial.
Vivía con él su padre,
del cual él había heredado
buen nombre, buen apellido
y parte del capital.

Todo era paz y armonía,
un ejemplo de familia,
y hasta los mismos vecinos
los solían envidiar,
y en el parque de la casa
se veía habitualmente
al abuelo con el nieto,
dele, jugar y jugar.

Pero el tiempo que no para,
y que muestra a las personas,
mostraron que el hombre bueno
cambió el modo de pensar,
y en la mesa de su casa
comentaba diariamente
que su padre, entrado en años,
les empezaba a molestar.

Que está muy envejecido,
que anda arrastrando los pieses,
que a la hora de sentarse
elige el mejor sillón,
que hay que cocinarle aparte,
prepararle los remedios,
y que cuando llega gente,
quiere llamar la atención.

Hay que llevarlo al asilo,
estará bien atendido,
la gente que allí trabaja,
tiene mucha seriedad.
Alfredito que escuchaba
pensaba para sus adentros:
“Me quedaré sin abuelo,
¡qué ingrata es la sociedad!”

Llegó el día de la mudanza,
y en una chata importada,
a las pilchas de su padre,
junto a su mujer cargó,
pero al revisar las cosas
por si algo le faltaba,
se dio cuenta que en la pieza,
la frazada se olvidó.

—Alfredito, andá corriendo,
y traele la frazada,
que es útil, y necesaria
para la gente de su edad,
Y Alfredito, lagrimeando,
fue a cumplir con el mandado,
pero en sus pequeñas manos,
sólo trajo la mitad.

—Decime ¿por qué rompiste
la frazada del abuelo?
¡A esas cosas en la vida,
siempre las castiga Dios!,
—¡No papito! ¡No la he roto!,
sólo la partí en el medio.
La otra mitad la he dejado,
para cuando te lleve a vos...

 

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