Kacharpari - Huayno
(J. Milchberg – J. Huirse)

‘El prodigio fue simple y en el nombre del padre, pastor seguramente, labrador las más veces, cazador denodado fue a la orilla de un río y en nombre de la madre que los pueblos nacieron en el vértice exacto del regazo de un valle. Y ahí están custodiados por sonoros arroyos en los que el tiempo fluye inmemorial y pasa esfumando la sombra maternal de los saucesa los que vuelven siempre en la tarde y las calandrias.

A veces uno llega a esos pueblos dormidos, donde el sol pasa el día borracho de chicharras y los nombres componen pequeñas sinfonías de recóndita acústica: Maymará, Payogasta, Purmamarca, Tafí, Seclantá, Cafayate,

Cachi Adentro, Tilcara, Maymará, La Paya… y un abuelo de greda sube por el sonido donde la eternidad pisa en el polvo y canta.

Las casas son añosas y claras como el aire en las que el horizonte es el patio del patio. Por las habitaciones andan las voces remotas. Es otro el tiempo aquí, como es otro el espacio. Muy temprano amanece la vida en esos pueblos. Antes que raye el alba y la estrella se apague, el ritual de la vida empieza en las cocinas y el olor del pan nuevo sale por las ventanas.

Allá por el camino, que trepa hacia los cerros el pastor va llevando su silencio en majada y en las casas se queda la voz de la ternura mientras que en los telares golpea la baguala sube finita y lerda la tonada terrestre donde la copla suelta un puñado de pájaros lejanos.

No me olvides mamitay, urpillita, y el corazón es fresco como el vientre de un cántaro.

Forastero, no pases de largo por mi pueblo.

Los pueblos no se ven con los ojos de ráfagas.

Demórate en el vino, en la paz de mi gente

porque el amor del pueblo es de pocas palabras

Algún día, ya lejos, beberás por nosotros

y mis pueblos dormidos mirarán por tus lágrimas’.

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