Al Cacúi

Salustiano de Zavalía Cerro de Pasco. 15 de Junio de 1843

Tu cacúi misterioso
Que de paraje escondido
Lanzas el triste gemido
Con acento melodioso

Tú, sensible creatura
Que sólo hablas en canto
Que más bien es tierno llanto
Un lenguaje de amargura:

Tú que huyendo los placeres
Del ruidoso mundo impío
El callado bosque umbrío
Para tu mansión prefieres

De tierna melancolía
A toda hora dominado
Eres retrato acabado
De la triste alma mía

Mil simpatías me inspiras
Todo lo que sientes, siento
Me lamento a tu lamento
Y suspiro si suspiras

Dime avecilla inocente
¿Qué dolor, que pena fiera
Tu corazón dilacera
Con mano airada inclemente?

¿Talvez cazador sangriento
Emboscado en la floresta
Disparó de su ballesta
Rayo atronador violento;

Y tu amable compañera
Dulce autora de tu suerte
Víctima cayó de muerte
De una bala carnicera?

¿o el Gabilán, el tirano
De la débil tribu alada,
Tu familia desolada
Del nido robó inhumano?

¿O talvéz alguna bella
Que en primavera vistes
Y a quien el corazón dixtes,
se ensordece a tu querella?

¡Ay¡ pajarillo si esta
Es la causa de tu quebranto
Justo es el amargo llanto.
Conque enlutas la floresta

Justo dolor, y el más fuerte
Que a un alma sencilla aqueja:
Y es dolor que solo deja
En los brazos de la muerte

Yo también amé. Y la diosa
Que aprisionó mis sentidos
Menosprecia mis gemidos
Insensible a par que hermosa

Su imagen encantadora
En mi espíritu el Dios ciego
Grabó con buril de fuego
Indeleble abrasadora

Y me consumo, y en vano:
Que, como en mí el fino amor.
No cesa en ella el rigor
Y el tratamiento inhumano

Y me seguirá el dolor.
Cuanto al sepulcro descienda
Llevaré la llaga horrenda
Que en mi corazón abrió

Y las sombras que allá encierra
La morada de la muerte
Dirán al verme:
¡Qué suerte Cupo a este pobre en la tierra!

Pero, antes que paulatino
A manos del dolor muera
Huiré la agonía fiera
De tan bárbaro destino

Pidiendo fervientemente ruego
A los dioses inmortales
Pongan término a los males
En que me hundiera el Dios ciego

Y, cual víctima de amor
Salvaron a Filomena
Condolidos de su pena,
Tornándola en Ruiseñor;

Compadecidos así
Oirán mi humilde plegaria.
Y en otra ave solitaria
Me transformarán a mí.

Entonces, o tierno cantor
Una misma selva umbría
Será mansión tuya y mía
Y común nuestro dolor

En triste concierto entonces
Nuestras penas cantaremos
Y a compasión moveremos
A las rocas y a los bronces

 

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