El toreo de la Vincha

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Casabindo es una pequeña población situada a 120 kilómetros de Abra pampa y 148 de Humahuaca, en plena puna jujeña. Este pueblo ya contaba con cura hacia fines de 1500, y formaba parte del antiguo camino del Inca, también se encontraban en Casabindo varios encomenderos, con indios que trabajaban en las minas, lo que le daba cierta importancia... Hacia el siglo XIX comenzó a perder trascendencia.
Es una población pequeña y parecida a todas las poblaciones coloniales, c
on una plaza principal, en este caso empircada, y una iglesia: De La Asunción, construida hacia 1772. Sus pocos habitantes viven de la cría de ovejas y llamas y de los tejidos de sus lanas. Hay poca agua y poca vegetación, tal el paisaje de la Altipampa.
Pero cada 15 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, se produce una atávica unión entre lo religioso y lo pagano: se conmemora la Asunción de la Virgen María y se ofrenda a la Pachamama. Y esta árida zona se puebla de ruidos, colores y gente, venidos de todos los sectores del país e incluso del extranjero.
Desde temprano arriban desde poblaciones vecinas las procesiones con imágenes de santos (misachicos) y la fiesta comienza con los Samilantes (Amilantes según Carlos Vega) y su danza (una de las cuatro danzas colectivas del Folklore Argentino), Las cuarteadoras (varios pares de mujeres llevando media res de cordero seccionada a lo largo, tomadas de las patas) que disputan su parte del animal hasta cortarlo o quitárselo a la contrincante, y tres niños, de los cuales dos hacen de caballo y uno de toro: los primeros simulan perseguir al otro. El sacerdote oficia la misa a capilla llena, se hace la procesión incensando las imágenes. Hay comidas regionales, y no tanto, en los distintos puestos que rodean la plaza y a la siesta comienza la corrida de toros, cuyo nombre es, precisamente, Toreo de la vincha. Es el único toreo incruento de Sudamérica.
El toro sale al ruedo con una vincha en las astas, y el torero debe quitársela, para luego ofrendarla a la Virgen. Los toros se exacerban con la capa del torero, los gritos del público y los estruendos de las bombas. Muchas veces los improvisados valientes caen al suelo por los nervios y son atropellados por las bestias (por lo general sin riesgos mayores), otras veces huyen asustados provocando la risa de los espectadores.
Los toreros, por si no supimos explicarnos bien, son, o bien lugareños (algunos de ellos con la experiencia que da torear todos los 15 de agosto), u ocasionales espectadores con sobrecarga de agallas, adrenalina o alguna profusa ingesta de bebidas espirituosas.
Finalizadas las disputas (alrededor de diez) se dan los premios y menciones a los toreros triunfadores. De a poco los vehículos de los viajeros comienzan a moverse.
El espectáculo del toreo dura hasta antes de la caída del sol, entonces la imagen de Nuestra Señora será llevada a su lugar original y el viento y los cerros volverán a adueñarse de la localidad hasta el próximo 15 de agosto.

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