Vidalitas de Lamadrid

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Ese bravo Lamadrid,
entre hombres de su gauchaje,
cantando una vidalita
les afilaba el coraje.

y si a la lucha llamaban,
su guitarra compañera,
de tan dulce y querendona
se convertía en guerrera.

Gustaba ese general
de pulsar el instrumento
con unas notas tiernitas
como caricias al viento.

y en la quietud de los cerros,
bajo el cielo tucumano,
sonaría esa guitarra
como las notas de un piano.

Pero de la misma caja,
cuando la Patria amanece,
va saliendo ese rumor
como de río que crece.

y desparramando fuego
en el sentir de la gente,
a pelear convoca a todos,
y de una manera urgente.

Cuando ni galleta había
y hasta la yerba faltaba,
la sentida vidalita
el ánimo levantaba.

y con los puros recuerdos
que su música traía,
atropellaban los nuestros
en la carga más bravía.

Gente curtida, señores,
con haber sufrido tanto.
Ni para vicios tenían.
Sólo les quedaba el canto.

Pero de duros, nomás,
mostrando un alma grandota,
sus penurias y trabajos
los tomaban a chacota.

Mientras van dándose tiempo
para armar un triste chala,
¡libertad! la vidalita
va proclamando con gala.

y si alguno lagrimeaba
no había de ser por blando,
sino por considerar
el tendal que iba quedando.

Muchos tendrían, por cierto,
sus hijos y su mujer.
No pocos se largarían
para nunca más volver.

Cuando Lamadrid cargaba
haciendo temblar el suelo,
sus vidalitas famosas
oficiaban de señuelo.

Cosa que sucedería
en no pocas ocasiones,
pues llegó a tener el cuero
bordado de costurones.

Apadrinando de nuevo
sus pasados entreveros,
habrá creído escucharlas
en sus momentos postreros.

y como quien en sus glorias
halla reposo y solaz,
Lamadrid se habrá dormido
con el corazón en paz.

Aunque todo, caballeros,
justo es que a su fin camine,
durarán sus vidalitas
cuando este canto termine.

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