José Imbelloni

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Nació en Lauría, Italia, en 1885. Antropólogo que desarrolló sus actividades científicas y docentes en Argentina, en especial en la Universidad e Instituto de Antropología de Buenos Aires. Fue director del Museo Etnográfico

Estudió medicina en Perugia, y posiblemente su inclinación por la antropología y la arqueología nació en esa ciudad, con tantos tesoros históricos. Llegó por primera vez a Argentina entre 1908 y 1915. De regreso a Italia, obtuvo su doctorado en Ciencias Naturales y Antropología en la Universidad de Padua. Un año más tarde vuelve a Argentina e ingresa como profesor suplente de antropología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Obtuvo diferentes cargos en la UBA, todos con excelente desempeño. Sus primeros trabajos científicos estaban dirigidos al estudio de la descendencia y desarrollo de la paleoetnología argentina, así fue que con su trabajo Habitantes neolíticos del lago Buenos Aires, ayudó a aclarar la somatología de los patagones y su procedencia.

Su gran preocupación siempre estuvo rondando sobre el origen de los antiguos habitantes americanos, así quería aunar esfuerzos entre antropólogos, etnógrafos y lingüistas. En mérito a sus esfuerzos fue nombrado jefe de antropología del Museo Argentino de Ciencias Naturales... también fue miembro de la Academia Nacional de Historia.

Obtuvo muchos premios por su ardua labor de investigación: Premio Eduardo Holmberg (por la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Medalla de oro (Congreso Americanistas, Mar del Plata, 1967).

Publica en 1926 La esfinge indiana, acerca del origen del hombre americano, desde allí participa en numerosas publicaciones, a tener en cuenta: Epítome de culturología (1936), Poblamiento primitivo de América, El libro de las Atlántidas y Concepto y praxis del Folklore como ciencia (1943), Deformaciones intencionales étnicas, Fundamentos de Ciencia y religión en los pueblos cultos de la América media, El Inkaico crítico (1946), Folclore Argentino (1959).

Según investigaciones del profesor Benigno Martínez Soler, el colaborador más cercano a Imbelloni durante 30 años, el maestro creó más de 300 obras, entre ellas la Colección Humanior y la revista Runa.

Murió en Buenos Aires en 1967.


Hemos encontrado esta sentida descripción José Imbelloni y la hemos incorporado para pintar una semblanza del maestro.

MI ENCUENTRO CON IMBELLONI

Al pronunciar el nombre de José Imbelloni hay que hacerlo con unción, al menos por poco que se conozca de Americanística. Porque José Imbelloni es una institución en el terreno de la Etnografía, la Antropología, la Historia, las Ciencias Naturales, la ciencia del hombre en fin. La palabra maestro es la que se merece, que aunque la palabra suene modesta, es título superior a todos los demás que pudieran dársele y los tiene por decenas.

Quiero que el público estudioso conozca la trayectoria de este gran argentino y gran italiano, de puro corte renacentista, un verdadero espíritu del "Cinquecento", émulo de Leonardo da Vinzi.

Conocí a José Imbelloni a través de sus escritos, de sus numerosas publicaciones , y como anécdota de interés, mencionaré el hecho de que leí su obra "La Esfinge Indiana en la vieja ciudad incaica de Macchu Picchu, más allá del Cuzco, sentado sobre la misteriosa piedra que sirviera de observatorio astronómico a los Incas, El Intiguatana, viendo salir y ponerse el sol entre los jirones de nubes que cubren las sempiternas cumbres de los Andes. Y viendo a mis pies la cinta de plata del río Vilcanota, Urubamba o Río Sagrado de los Incas, serpenteando allá abajo en el valle que recorriera Hyram Bingham cuando dio con este Museo viviente del arte indígena peruano.

Y leí "La Esfinge Indiana", obra de polémica, al estilo del viejo maestro, a quien hoy, con sus 81 años no ha menguado su espíritu a pesar de que su cuerpo no quiere responder a los impulsos de su alma aún pletórica de ideas. Pero tenemos un plazo en este mundo y el viejo maestro lucha hoy por superar a la envoltura mortal que no basta para contener la magnitud de su pensamiento.

He participado en el XXXVII Congreso de Americanistas celebrado en Argentina recientemente y lo primero que hice fue preguntar a mi llegada a Buenos Aires por el insigne hombre de ciencia. Y lo hice a una gran panameña y una gran científica también, vieja amiga mía, la Dra. Mercedes Luisa Vidal Fraitts, profesora de Antropología radicada en Buenos Aires, añorando siempre la tibieza del trópico y dispuesta siempre a poner el nombre de Panamá en la cumbre. Para mí tenía el doble mérito la Dra. Vidal, de ser panameña y además la última discípula del maestro Inbelloni, discípula predilecta a la que considera más que todo como una hija, porque así es como ella le ha cuidado y le ha mimado en sus quebrantos físicos.

Fue la Dra. Vidal la que solicitó para mí una entrevista con Imbelloni, que el anciano investigador concedió gentilmente. Así que, una de las frías tardes bonaerenses de fines de invierno, bien pertrechado de bufanda y guantes, me dirigí a la calle Superí nº 1485, residencia del hombre que ha dado que hablar entre los científicos del mundo.

Una casa sencilla pero acogedora, donde por una crujientes escaleras de madera forradas de alfombras, llegué precedido por Mercedes Luisa a la habitación donde Imbelloni me recibió recostado en sus almohadones rodeado de libros, oyendo música en un viejo aparato de radio que bajó de volumen al entrar nosotros. Estreché la mano, todavía firme del anciano que con voz casi ininteligible me dirigió un saludo cordial. Pero no fue la voz ni la dificultad para articular que su afección le produce lo que me llamó la atención sino su mirada. Era suficiente para expresar su pensamiento. No le hacía falta la palabra que fue cáustica para muchos durante sus intervenciones en reuniones y Congresos, siempre para polemizar, discutir, buscar la verdad, expurgar lo verdadero de lo falso, derribar ídolos construídos sobre pedestales de barro, zaherir o defenderse de ataques de celosos hombres de ciencia que a veces no se diferencian de las comadres de barrio más que en la terminología, que no en el espíritu. No fue a su voz, ni su cuerpo cargado con el peso de sus ochenta y un inviernos, sino fue su mirada, penetrante, brillante, escrutador, lo que me llamó la atención.

Confieso que sufrí un sobresalto al hablar con él. Creí que encontraría a un hombre ya incapaz de oir, entender ni conversar, y me hallé con la propia "esfinge indiana", sentada en su cama de enfermo, tratando de penetrar en mi pensamiento con mensajes telepáticos. Entre nosotros no hicieron falta palabras. Sólo recuerdo que cuando la Dra. Vidal me presentó como un médico antropólogo profesor de la Universidad Sta. María de la Antigua de Panamá, y sobre todo hizo hincapié en lo de panameño, dijo Imbelloni con su voz característica: -"¿Panameño? Este es español, español de pura cepa". Y lo dijo con toda su alma como un escopetazo. Este era Imbelloni. Para él no hay más que lo que siente y va para fuera inmediatemente.

Y yo le hablé al maestro. Le dije: "Dr. Imbelloni, efectivamente soy español por nacimiento y me siento muy orgulloso de ello y nadie podrá impedirlo, pero también me siento muy orgulloso de que Panamá, uno de los países más chiquitos de América, pero grande por toda la tradición que encierra, me haya hecho el honor de adoptarme, como uno de sus hijos más modestos, y puede creerme cuando le digo que quiero a esa pequeña franja de tierra verde, muy verde, caliente, muy caliente, y húmeda, muy húmeda tanto que parece que siempre está llorando, y a sus selvas, y a sus ríos que conozco como la palma de la mano, y a sus gentes, lo mismo que quiero a esa tierra que me vió nacer, a la tierra de mis padres, de mis abuelos, de todos mis antepasados, a esa tierra todo fuego y sangre, a esa España eterna, madre de América y forjadora de hombres y culturas, y donde ya mi hija mayor me ha dado varios nietos".

* "No me extraña joven, dijo el maestro, que hable usted así, porque yo siento lo mismo por esta tierra argentina y adoro sus pampas, sus inmensidades, su variaciones de climas y sus gentes, lo mismo que el campanile de Lauria de Basilicata que me vió nacer en la lejana Italia, y las verdes campiñas y el vino de la tierra y el sol, y las azules aguas del Mare Nostrum, porque mío es y es de Usted, es nuestro mar".

Le hablé sobre como fui conociendo su ingente obra y seguido con interés desde hacía años sus teorías sobre el poblamiento de América, la difusión de las culturas, la formación de las etnias, sus trabajos sobre la escritura de la Isla de Pascua, y aunque no me ha sido posible leer todas sus obras, que pasan de 300 según la Bibliografía recopilada por otro de mis buenos amigos argentinos, el Profesor Benigno Martínez Soler quien por más de 30 años ha sido colaborador personal de Imbelloni, sí he podido conocer mucha de su obra a través de la Colección Humanior, formidable recopilación americanística creada por Imbelloni y la Revista "Runa", que me han permitido llegar al fondo de su pensamiento y su mensaje.

Pero lo que más emocionó al maestro fué cuando Mercedes Luisa le dijo que yo había leído su obra "La esfinge indiana" en Macchu Picchu, y que no había querido abrir el libro más que allí, reservando mi vehemente deseo de conocerla, sólo por el placer de darle el marco adecuado.

La tarde caía con lentitud como lo hace en estas latitudes. Tras los vidrios del ventanal de la habitación del maestro se sentía el frío viento batir con fuerza y me vino a la mente la escena descrita por Cervantes en su "Quijote", cuando D. Alonso Quijano el Bueno, cansado de pelear con gigantes y endriagos, llegó a su solariega mansión manchega a restañar sus viejas heridas con el bálsamo de Fierabrás.

No quisimos fatigar más a nuestro amigo, y con un fuerte abrazo y un apretón de manos, sentí por última vez la mirada penetrante del sabio que me enviaba su mensaje tratando de infiltrar en mí el secreto de su inmensa fuerza. Le agradecí su intento y con una sonrisa entorné la puerta mientras la escaleras crujían de nuevo al descender junto con Mercedes Luisa para lanzarnos al tráfico de la inmensa ciudad de siete millones de habitantes.

Pero entre los millares de luces brillantes de varios colores, yo sólo veía una, una distinta a las demás, una distinta a todas ellas: la luz de una inteligencia que se resiste a apagarse y que aún produce destellos tan fuertes que son capaces de opacar a todas las demás.

Hasta la vista maestro Imbelloni, que Dios le dé energía para vencer con su espíritu a la materia y que algún día podamos recorrer los dos juntos el Mare Nostrum y usted pueda ir mostrándome el camino de la Historia y exponerme sus originales ideas mientras contemplamos el azul del cielo, confundiéndose con el azul del mar, camino de la Esfinge, la Esfinge Indiana con su enigma de eternidad.

(Escribía yo estas líneas el 1 de diciembre de 1966. Hoy soy yo quien tiene 80 años que acabo de cumplir el día de Santa Rita cuando estoy pasando este artículo con ordenador. Y en un lugar preferente de mi Biblioteca en MADRID, frente a mí, está aún aquel viejo ejemplar de "La Esfinge Indiana", el mismo que leí sentado en el Intiguatana de Macchu Picchu, para recordarme a aquel gran Etnólogo que fue D. José Imbelloni ).

Museo de Antropología Médico-Forense Paleopatología y Criminalística
PROFESOR JOSÉ MANUEL REVERTE COMA
 

Más datos: www.biografiasyvidas.com - www.ucm.es

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