Herreros criollos

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ERRAR ES HUMANO, PERO…
HERRAR... UNA COSTUMBRE BIEN CRIOLLA

(Las fotografías fueron tomadas en lo de Benito Guanco, La Banda, Tafí del Valle)

Hablar de hierra posiblemente no sea algo raro, ni desconocido, y posiblemente en muchos lugares, ni siquiera muy criollo; recordemos que los caballos del hipódromo se hierran, también los que juegan al polo, e indudablemente también los que se usan en exhibiciones, alejadas completamente de un hecho folklórico.
Pero la hierra que vamos a mencionar en este apartado, fue aprendida tradicionalmente y forma parte de las costumbres de los paisanos de nuestro campo.
El caballo, naturalmente, puede andar sin herraduras, pero el uso constante y la dureza del suelo hace que los vasos vayan desgastándose y se produzca lo que se denomina “despiada”, una lastimadura por roce, muy dolorosa para el caballo.
En algunos lugares sólo se hierran las manos (al parecer más sensibles que las patas) – nótese que se habla de manos y patas –, esto sucede en lugares con pisos más blandos … En suelos desérticos o pedregosos suele ponerse las cuatro herraduras.
La nota particular en la hierra cerreña, son los instrumentos utilizados: para redondear los vasos una macheta mediana, la cual se martilla con un palo de unos 40 cm, que suele hacerse con la trabilla de los alambrados. El martillo para los clavos suele ser más pequeño que el común de carpintero.
Los pasos son: igualar los vasos y sacar los sobrantes, luego se mide la herradura, que tiene numeración como los zapatos – 16 a 20 para vasos chicos, 22 a 24 medianos y de allí en más para caballos grandes – se procede a clavar con clavos especiales. Una vez introducido el clavo se dobla la punta y se corta con una tenaza. Se ajustan los clavos con el martillo y luego se los lima para que duren más.
La forma de tomar al animal durante la hierra son varias; suelen usarse palenques, bretes, pero a falta de ellos la fuerza del ayudante es fundamental. Las manos se toman con firmeza, el problema llega con las patas, que suelen atarse y sujetarse a la cola del animal, para evitar las poderosas patadas.
Una buena herrada suele durar no mucho más de un mes y medio a dos.
Este duro oficio es cada vez más difícil de encontrarse en su forma genuina; y seguramente en los próximos años tenderá a desaparecer.

 

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