El resero

Al D. Justo P. Sáenz (h).
In memoriam.
 

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A Bienvenido Tolosa
aquí lo alabo y pondero.
No crean que es para todos
el oficio de resero.

Debe ser hombre tranquilo.
Para los trajines, duro.
Capaz de determinarse
en cualquier caso de apuro.

Pues si no admite floreos
y es trabajo que no luce,
responde por el estado
de la hacienda que conduce.

Desde la propia salida
tendrá la tropa entablada
y ha de procurar que marche
bien unida y sosegada.

Con el alba y sin apuro
ha de dejar el corral,
si no hay escarcha en que pueda
resbalar el animal.

Mejor será que descarte,
antes de tomar camino,
el vacuno enfermo o rengo,
que no llegará a destino.

En buena o mala ocasión
será de ánimo parejo:
cauteloso, pero firme,
como hombre de buen consejo.

Se ha de avenir al estado
que un resero representa:
sufrido en los andurriales,
con viento, solo tormenta.

Pues por más que es buen abrigo
la trama de un poncho pampa,
sin sueño se aguantará
entre el mugido y la guampa.

No han de abatirlo en el trance
los rigores absolutos
de las helazones crudas
y los calores más brutos.

Su fin será dirigirse
al destino señalado
y procurar que la tropa
llegue en el mejor estado.

Y entregar sin que le encuentren
una vaquillona enferma,
sin terneros rezagados,
con buen engorde y sin merma.

De aguadas y pastoreos
conocerá el cómo y cuándo.
Los sucesos de la tropa
lo han de encontrar prudenciando.

Pues no faltan alborotos
con el nervioso chicaje,
o si la hacienda se espanta,
o si es arisco el vacaje.

Convendrá darle a la tropa
algún prudente apurón
cuando, pasando las quintas,
se llega a una población.

No grite, porque la altera.
Más que fuerza, vale maña.
Que no le falte un silbido,
porque el animal lo extraña.

Cardo negro y romerillo,
paraíso y quiebra arado
previenen en el vacaje
la mortandad que han causado.

Si va la hacienda sedienta,
se precisa el mayor tino
si a olfatear llega, en el aire,
una aguada o un molino.

Por lotes hay que acercarla
y, antes de que esté saciada,
retirarla con prudencia,
previendo una disparada.

No con pechazos ni gritos, . . .
Sino con suma paciencia
trate al animal que puja
por volver a la querencia.

Hay que atajarlo de frente,
arrimarle dos o tres
y, con ellos, a la tropa
irá a reunirse después.

Pero si la hacienda arisca
ha ocurrido que se espante,
ni intente a esa disparada
atajarla por delante.

Porque es como fuerza ciega
que avanza despavorida,
y jinete que voltea
no ha de dejarlo con vida.

Júntesele campo afuera,
estréchela, en lo posible.
Sígala hasta que se canse
y deje de ser temible.

Recurra en esa ocasión
a los medios más sencillos:
revolear, ganando el campo,
ponchos, matras, cojinillos...

Encontrar un buen resero
es cosa dificultosa.
Por eso le hago comentos
de Bienvenido Tolosa.

Lo conocí con Juan Vargas
y Maximiliano Flores,
que fueron, allá, por Lobos,
dos buenos atajadores.

Con ellos iba Tolosa
resereando por la huella,
con hacienda, casi siempre,
de aquella estancia La Estrella.

Andar y andar fue su sino
de hombre sencillo, y decía
que resereando, tan sólo,
libre y dueño se sentía.

Humilde se presentaba.
No era gaucho presumido.
Cumplidor como ninguno:
así fue ese Bienvenido.

No sé, en las vueltas del mundo,
qué golpe lo habrá tumbado.
Me dicen que lo finó
la puntada de costado.

En un galpón se cortó
una madrugada fría
y cuentan que, en el delirio,
"¡siga!... ¡siga!..." repetía.

Vaya a saber qué visiones
lo estaban acompañando,
con el "¡jopa!..." de la tropa
los recuerdos empujando.

No era para estarse quieto
ni al ocio se avenirá.
Andará por esos cielos,
arreando nubes, quizá...

Martes, 16 de mayo de 1972.

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